Por Eulalio Meaurio (Expulsado como miembro estable del círculo de periodismo misionero por insinuar que los documentos difundidos por Wikileaks es un invento de la CIA)
La felicidad no existe. Lo único parecido es la vibración que percibimos cuando el cosmos, en un tiempo y espacio determinado, conspira para que los hombres sigan creyendo que la vida tiene sentido.
Es un instante robado a la agobiante rutina de la cotidianeidad, una isla en el océano de responsabilidades, un oasis refrescante colado entre los vencimientos del monotributo, una ola perdida para barrenar en la mansa pelopincho del sistema y las excedidas críticas de las suegras.
Es la estación donde sólo podés bajar a estirar las piernas porque el viaje tiene que continuar. Es la efímera emoción de conseguir trabajo, que se desvanece al segundo porque sabés que después hay que laburar.
En todo caso, lo más próximo a la felicidad es el estado primitivo del ser humano, sin civilizar, hasta que es despojado de su inocencia para que los profesores les llenen los cráneos de diptongos y cálculos matemáticos.
Que el pelotudo de Ricardo Montaner se vaya a la concha de la lora con su “Soy feliz, soy feliz”, un hit veraniego y pasatista que habla de la felicidad, pero que nada tienen que ver con ese estado, esa mezcla de plenitud y alegría desbordante que dura lo que duran las cosas buenas.
No creo que Montaner esté ni cerca de ponerle letra a lo que vivió el pueblo Naranja la tarde del sábado 18 de diciembre, donde abandoné mi habitual imparcialidad periodística para meterme a la cancha y fundirme en la montaña humana más grande que recuerde la Liga desde sus inicios, cuando algún dios pagano guió la pelota hasta el fondo de la red y permitió que Agrofor consiga el bicampeonato 2010 y la quinta estrella en la historia Naranja.
Hubo lágrimas, gritos desaforados, abrazos, remeras al viento, cánticos descoordinados, vuelta olímpica desprolija y trencito interminable para buscar el trofeo con el aguante de los muchachos del GG, la barra y amigos. Salió así, pero fue lo único improvisado. El pentacampeón demostró atributos de sobra para revalidar el título.
1) Martes y jueves, con lluvia, con plantel reducido, haciendo pasadas de 50 metros o un disputado fútbol-tenis, el equipo se entrenó con el aporte fundamental de Palito y Cacho. Dupla táctica que se supo complementar y que es muy valorada por el grupo.
2) Durante el segundo semestre hubo bajas, lesiones y viajes. Hubo partidos que jugamos con 9 o 10 jugadores. Sin embargo, siempre se siguió una línea y sistema de juego. Ese criterio fue básico para terminar con la pelota contra el piso en la final y no apostando a improvisados bochazos salvadores.
3) Los rivales nos respetan, pero no sobramos la situación. No se gana sólo con la chapa, sino con actitud adentro de la cancha.
4) El único equipo que nos metió dos goles descendió. En un partido atípico, nos dormimos sobre el final y levantamos temperatura. Pudimos ajustar esos detalles, igual que los problemas en la definición y la coordinación de asados.
5) El Powerade. Flamante incorporación que apareció en los momentos de mayor deshidratación.
6) La barra que alienta y siempre está.
7) Catorce partidos jugados, siete ganados y siete empatados. Veinticinco goles a favor, 10 en contra. Invicto, campeón, bicampeón, pentacampeón.
La felicidad es efímera. Si existiera un estado permanente de felicidad, no seríamos felices, porque no habría pálidas, ni vencedores, ni vencidos. No valoraríamos los sábados a la tarde, ni el placer de compartir un tercer tiempo, ni empanadas con cebolla y queso, ni puteadas al regresar a nuestros hogares. Seríamos como Ricardo Montaner o como Marley y eso no es ser feliz, es ser pelotudo.
PD: El pentacampeonato va dedicado al Gordo Julián Urquijo. Jugador e hincha de Agrofor que tristemente perdió la vida el lunes 20 de diciembre. Nuestro pésame a su familia.